Juan Carlos Bermúdez Rodríguez
Mto. Artes Visuales. PTC – UAEM
2009
El creador artístico, para poder desarrollar las imágenes de aquello que no puede ser transmitido por una comunicación prosaica, para poder comunicar con imágenes vinculadas a un estado poético, ha de tener una visión de la cultura donde se encuentra inmerso, pudiendo detectar y extraer de ella aquel producto vinculado al goce o al vértigo, para con este material darle forma a aquello que nos rebasa, pero a lo que estamos atados mediante nuestra intuición, encontrar la posibilidad de designar “una región donde la imposibilidad no es privación sino afirmación” (1)
A finales del siglo XX, se publica Normas para el parque humano(2) , donde se reflexiona y se le “responde” a Heidegger sobre como el humanismo ha sido una tradición dentro de la civilización occidental, definiéndolo como una cadena de envios postales, que inicia con el rescate de los escritos griegos y se estanca en la actualidad, quedando archivada la correspondencia por falta de destinatarios; el destino de la cadena de escritos es “…estar colocados en silenciosas estanterías como las cartas acumuladas de un correo que ya no se recoge: fieles o engañosas copias de un saber en el que hoy no conseguimos ya creer, enviadas por autores de los que ya no sabemos si todavía pueden ser amigos nuestros”(3). La sospecha sobre el buen funcionamiento del proyecto moderno, que a su vez se edifica sobre el humanismo, y el enfrentar las condiciones radicalmente nuevas de nuestro entorno (desarrollos tecnológicos, masificación, sobrepoblación), han producido la desconfianza que nos distancia de estos “envios postales”.
Frente a esta visión, Sloterdijk plantea la importancia de preguntarnos sobre el género humano, buscar reconocernos más allá de aquellos portadores del lenguaje, determinar que es “la humanidad del hombre” incluyendo la visión antropológica.
Al reflexionar sobre el humanismo enmarcado a principios del siglo XXI, no se pretende enaltecer la “megalomanía humana” que se ha vuelto protagónica para definir la idea de humanismo, el hombre que cree tener el poder suficiente para apropiarse del mundo, no como conocimiento, sino con una voracidad y egoísmo suscitados por la idea de encontrarse en la punta de la pirámide evolutiva que le da la razón para actuar sobre todas las cosas. La comodidad que brinda lo regular, lo previsible y equilibrado quizá esconde el miedo que provoca la posibilidad de enfrentar lo vulnerable que implica ser mortal. La creencia de tener la capacidad de descubrir las causas que mueven el mundo culminan la ruptura que le hizo perder la tranquilidad al tener acceso al árbol del conocimiento, creando así los ambientes de artificio en los que encuentra cobijo la impotencia que siempre le acompaña. Poder crear mecanismos de inmunidad frente a esa certeza hace tolerable el vivir a la sombra de lo perecedero. La dinámica del pensamiento determinista estimula el egocentrismo que aísla de una concepción más integral del género humano que incluye una justa medida de sus posibilidades: se puede decir que “una de las señas de la identidad de la naturaleza humana es que sitúa a los hombres ante problemas que son demasiado difíciles para ellos, sin que les quede la opción de dejarlos sin abordar en razón de esta dificultad”(4) y así como en la filosofía se puede encontrar una vía donde dar respuesta a dichos problemas, en el arte también se abordan sin la intención de agotarlos, añadiéndoles aproximaciones afectivas e intuitivas. Edgar Morin desarrolla la idea de la complejidad humana que, enraizada en el cosmos, se construye sobre un bucle donde interactúa la trinidad individuo – sociedad – especie que incluye al homo ludens capaz de tener un estado poético. Esta manera de reflexionar sobre los índices que ayudan a definir la humanidad, da claridad sobre el papel que juega el arte en el mantenimiento de ese homo que no solo se determina como sapiens(5).
Al ser planeada la pregunta sobre cómo puede el “hombre convertirse en un ser humano verdadero o real” el arte aparece como un instrumento de “comunicación y de comunión a través de cuyo uso los propios hombres se conforman en eso que pueden ser y serán”. La dimensión artística posibilita una producción de pensamiento donde la penumbra se plantea como esa suave claridad que se encuentra entre la luz del conocimiento y la sombra de lo desconocido. A su vez el arte afecta y conmueve el cuerpo, es un espacio de la estesis.
“Expósitos”, obra realizada en el transcurso del 2009(7), busca aportar a la cadena postal sobre el humanismo, desde el campo de imágenes no prosaicas. Comienza con una serie de niños con síndromes genéticos representados en dibujos que doblan su escala natural. Incluye una serie de instalaciones donde se utilizan elementos del mundo infantil como cunas o muñecos creando la metáfora de malformación y dolor. Aunque subyace el programa de enfatizar sobre la fragilidad que nos caracteriza, el tema no busca hacer olvidar cuan difícil es tener una experiencia cercana a niños con síndromes. Ni recurrir al morbo (aunque el espejo de la niñez malformada recuerde la posible tragedia de la propia infancia o la de los hijos). Es una metáfora para recordarnos cómo el dolor y el desamparo hacen parte de una realidad diversa, llena de los matices que nos hacen crecer, recordarnos sobre cuan humanos somos, con la posibilidad de fallo (que inicia a escala de los genes) y no con la fantasía de una perfección que se refleja en salud total, conocimiento total y eficiencia total. Descifrar el misterio de la vida quizá haga olvidar los matices que se acumulan y definen a cada quien, antes que el milagro se disipe.
Recordar el desamparo pretende motivar una pregunta: ¿Cómo encontrar un punto en el cual el desengaño frente a la omnipotencia que nos hace olvidar nuestra mortalidad no llegue de sorpresa, pero a su vez permita transitar con calma lo que corresponde a la vida? La respuesta de occidente ha sido siempre evasiva, maquillando un temor que tiene su origen en el instinto de supervivencia, con la cosmética de una racionalidad utilizada para controlar el mundo a partir de diseccionarlo y conocerlo. Para contrarrestar la destructiva soberbia que promueve el conocimiento científico y el apoyo tecnológico, basta reconocer la fragilidad, el sentimiento de desprotección, de orfandad que aparece frente a un niño enfermo. La larga dependencia física del infante manifiesta la paradoja en la que las desventajas animales del hombre desarrollan la capacidad de crear su mundo(8), pero si incluimos la enfermedad, a esto se suma la capacidad de compasión, de reconocimiento con el otro y ayuda común. La ciencia puede ayudar a reducir los riesgos de sufrimiento, pero pretender que el dolor y la muerte desaparezcan no está en sus posibilidades. El conocer a detalle el genoma humano y la posibilidad de un control eugenésico contrastan con la batalla incomprensiblemente terca de una respiración forzada o de moverse con miembros atrofiados.
(1) Maurice Blanchot, El espacio literario (Barcelona: Ediciones Paidós, 1992). Pag. 211
(2) Peter Sloterdijk, Normas para el parque humano, 4å Edición, Febrero 2006 (Madrid: Ediciones Siruela, 2006).
(3) Op. Cit. Pag. 84
(4) La alución continúa mencionando como esta dificultad alimenta a la filosofía: “Esta provocación del ser humano por parte de lo inaccesible, que es al mismo tiempo lo no-dominable, ha dejado desde los inicios de la filosofía europea una huella inolvidable; o mejor: quizá la propia filosofía sea, en el más amplio sentido, esa huella.” Op. Cit. Pag. 73 Edgar Morin, El método 5, La humanidad de la humanidad (Madrid: Ediciones , n.d.).
(5) Tomo la visión de la irreductibilidad de lo humano que plantea Morin al concebirlo como la suma de muchos aspectos: Sapiens/demens, faber/ludens/imaginarius, oeconomicus/consumans/estheticus, prosaicus/poeticus. Edgar Morin, El método 5, La humanidad de la humanidad, 2å edición (Madrid: Ediciones Cátedra, 2006).
(6) Slotrerdijk. Op. Cit. Pags. 35, 36
(7) http://bermudezart.blogspot.com/ febrero 26, 2010
(8) Slotrerdijk. Op. Cit. Pags. 55,56.
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